El único campeón mundial de ajedrez que ha tenido Cuba, José Raúl Capablanca Graupera, nació el 19 de noviembre de 1888 en la instalación militar del Castillo del Príncipe, en La Habana. Se le conoció como la “La máquina de jugar ajedrez”, pues en su carrera acumuló un total de 302 victorias, 246 tablas y solo 35 derrotas.
Indican sus biógrafos que José Raúl Capablanca nunca leyó un manual para aprender a mover los trebejos, sino lo hizo observando cómo jugaban los demás. Su padre, José María Capablanca, era comandante del Ejército español y jugaba ajedrez con sus amigos militares en la casa. El niño José Raúl acostumbraba a sentarse cerca del tablero y observaba en silencio a los jugadores. En una ocasión, relatan, José María enfrentó y derrotó a un general español. Fue a despedirlo hasta la puerta y, cuando retornó a la habitación, encontró que José Raúl había reproducido de memoria la partida hasta una posición en la que el caballo del padre había realizado una absurda maniobra. Ante la lógica pregunta de su progenitor, José Raúl tomó el caballo con su mano y le mostró que esa pieza no podía haberse desplazado así. El padre del genio alegó que aquella afirmación era una falta de respeto. Entonces José Raúl repitió tres veces consecutivas el movimiento equivocado del caballo para mostrarle el error a José María, quien tuvo que rendirse ante la clara evidencia. –¿Cómo aprendiste a mover las piezas? –preguntó el asombrado papá. La respuesta del niño fue simple: “Mirándote jugar”.
La segunda anécdota que voy a contarles es relativa a una tarde de diciembre de 1894, cuando José Raúl llegó de la mano de su padre al Club de Ajedrez de La Habana. Solo tenía seis años.
Visitaba el círculo ajedrecístico el maestro Juan Taubenhaus, campeón de Francia. Los presentes le comentaron sobre la inteligencia prodigiosa de aquel chiquillo que difícilmente sabría abrocharse los zapatos. Taubenhaus no creyó palabra de cuanto le decían y, para cerciorarse, invitó a jugar al niño concediéndole la dama de ventaja.
La partida se enredó a las pocas jugadas y cada vez requería del campeón de Francia más tiempo para pensar, mientras que José Raúl hacía las suyas con una celeridad vertiginosa. Agregan los biógrafos de Capablanca que Taubenhaus armaba ingeniosas celadas y hacía difíciles combinaciones que José Raúl las descubría fácilmente y se reía mucho de ellas:
Poco más tarde, Taubenhaus, ya irremediablemente perdido, hizo un movimiento falso con una torre para ver qué se le ocurría al niño. Ya el infante terrible no pudo contenerse. Se puso de pie sobre su silla, apoyó una rodilla en la mesa y con un caballo en la mano gritó: ¡Jaque doble! Sin esperar más, sabiendo derrotado a su contrario, salió disparado y se puso a hacer lo que todo niño saber hacer: correr por todo el salón.
Con orgullo, Taubenhaus declaró 17 años después que él había sido el único maestro que, aunque sin éxito, se había enfrentado al portentoso ajedrecista cubano ¡dándole la dama de ventaja!
El tercer suceso que voy a narrarles sobre el genio cubano ocurrió en 1909. Por esa fecha Capablanca gozaba entonces de una popularidad enorme en EE.UU. Sin embargo, Frank J. Marshall, campeón nacional de ese país, pensó que enfrentar a Capablanca sería un paseo. Al mismo tiempo que retaba al jovencito de 21 años, declaraba que iba a “hacer una fácil y breve demostración objetiva de la diferencia que existe entre un Gran Maestro y un buen aficionado”. Se equivocó por una ancha milla. En el match Capablanca literalmente aplastó a Marshall (ocho victorias y una derrota). Hay que subrayar que el estadounidense está considerado uno de los jugadores más brillantes y completos que se recuerde...