Dignificó la profesión, con mejores premios y condiciones; una vez retirado presentó dos ideas que, cuarenta años después, permitieron al juego adaptarse a los desafíos actuales. Una herencia de ingenio.
De los 20 campeones mundiales que conforman el historial del ajedrez (desde Wilhelm Steinitz hasta Magnus Carlsen, entre 1886 y 2021), acaso, el undécimo, Robert James Fischer, haya sido el Rey más revolucionario y adelantado que tuvo este juego. No sólo por los aportes y estudios de las variantes, el legado enriquecedor de sus ideas, sino y principalmente, por su visión protectora y futurista para anticiparse a los conflictos que pusieran en riesgo la inmortalidad del milenario juego.
Mientras estuvo en actividad, Fischer fue un símil de “secretario general del sindicato de ajedrecistas”; un líder autoerigido con el aval tácito del resto de los maestros, que bregó por las mejoras de las condiciones para la práctica del juego. Luego -cuando las desavenencias con la FIDE lo alejaron de las competencias durante veinte años-, produjo dos invenciones para que el ajedrez no fuera devorado por la inmediatez de los tiempos modernos y se adaptara al igual que lo hicieron otros deportes individuales o por equipos, desde el tenis o el atletismo hasta el fútbol o el básquetbol, a los cambios de la nueva Era.
Su primera creación se trató de un reloj digital inteligente para contrarrestar la reducción del tiempo de las partidas impuesta por la FIDE, para que el vértigo de las definiciones despertara la atención de la TV. La segunda, la modalidad Fischer Random (una refundación del ajedrez), permitiría equiparar la desigual batalla del hombre frente a la máquina, y terminar con los empates amañados entre “maestros memoriosos” capacitados en recordar las 15 ó 25 jugadas que dicta la teoría de una apertura.
Dos novedades que sacudieron el statu quo de una actividad, cuyas reglas permanecieron incólumes durante siglos (las últimas modificaciones, la inclusión de la dama y el enroque, datan de 1475). Hoy, a 40 años de su creación, los adelantos de Fischer gozan del reconocimiento y popularidad de sus practicantes.
Ya en los años sesenta y setenta del siglo XX, cuando el paso de su figura embelesaba y aterraba por igual, a los aficionados, colegas, periodistas, dirigentes y organizadores de torneos, Bobby fue el primero y único maestro que plantó posturas y condiciones para mejorar la práctica del ajedrez. ¿Sus exigencias? Salas o escenarios luminosos, climatizados y lejos del bullicio del público y los flashes de las cámaras y lentes de la TV, con mesas y juegos acordes a la magnitud del evento, el servicio de bebidas y comidas durante las partidas, y un especial incremento de las bolsas de premios de los certámenes.
“En la época de Fischer, los maestros estábamos de acuerdo con sus reclamos; ¿qué otra cosa podíamos hacer?”, recordó risueñamente el ingeniero argentino y ex campeón mundial, Oscar Panno, rival en cuatro ocasiones de Bobby. Y completó: “Era muy bueno con sus colegas y respetuoso como rival; con él se jerarquizaron las condiciones para jugar al ajedrez”...