Hace más de una década tuve la oportunidad de asistir como entrenador a un campeonato mundial de categorías menores en Chalkidiki- Grecia. Fue una experiencia maravillosa, a pesar de que ya llevaba muchos años ejerciendo la profesión y tenía algunos logros locales, era la primera vez que asistía a un evento de esta magnitud. Todo era sorprendente para mí: La hermosa y ordenada ciudad, las impresionantes locaciones del Porto Carras Grand Resort, un bonito hotel de 5 estrellas, el enorme salón de juego y la posibilidad de compartir con personas de todo el mundo.
Antes de viajar al evento creía inocentemente que podíamos ocupar los primeros lugares, sentía que estábamos muy bien preparados para esta cita mundial, habíamos tenido un entrenamiento de alta intensidad y los resultados a nivel nacional nos habían hecho soñar con el podio mundial. Pero pasadas las primeras 4 rondas, las continuas derrotas me “aterrizaron” a la realidad y comencé a entrar en un incómodo estado de frustración, algo muy normal en el mundo del deporte, tanto deportistas, como padres de familia, entrenadores, dirigentes y aficionados lo hemos experimentado una o varias veces en nuestras vidas. Se trata de una respuesta emocional que está principalmente relacionada con la ira y la decepción, ocasionada por la imposibilidad de satisfacer o alcanzar algo que deseamos.
Por esa época desconocía muchas cosas de la psicología humana y de la inteligencia emocional, lamentablemente pensaba que, si un deportista no tenía el rendimiento “adecuado” era porque le faltaba interés. ¿Cómo era posible que no hiciera las jugadas correctas, sabiendo que yo se las había enseñado tantas veces? Era inaudito que se cometieran errores tan básicos; no cabía en mi cabeza que viajáramos tantos kilómetros para que se perdieran partidas tan absurdamente.
Después de cada ronda con resultados adversos, reprochaba a los deportistas cada uno de sus errores, pero aun así la situación no mejoraba. Culminando una de esas largas sesiones de análisis y regaños hacia ellos, se me acercó el Gran Maestro Jaime Cuartas uno de los colegas entrenadores de la selección colombiana con quien había viajado al evento. Me dijo: - “Faiber cuando termines ahí, vienes y nos tomamos algo en el lobby del hotel, me gustaría darte un consejo”. Sentí gran emoción por saber lo que tenía para decirme, ya que siempre lo he admirado por su disciplina y espíritu de lucha, cualidades que lo han llevado a convertirse en uno de los mejores ajedrecistas de la historia de nuestro país.
Al terminar el análisis de las partidas me dirigí rápidamente al sitio a encontrarme con Jaime. Me imaginaba que me explicaría algún nuevo método de entrenamiento o alguna interesante apertura para aplicar en las preparaciones, sentía que era algo demasiado importante que podría ayudarme en mi formación como entrenador. Después de pedir un par de limonadas y sentarnos en un cómodo sofá, me dijo con su característica forma de hablar: -“Pelao, nadie quiere perder”, sorprendido le respondí – ¿A qué te refieres? No entiendo que me quieres decir, entonces él continuó con la siguiente frase: –“No creo que tus estudiantes quieran perder las partidas, ni mucho menos cometer esos errores, es posible que te estés equivocando al regañarlos de esa manera, no ganarás nada con eso”. Esas palabras resonaron tanto en mí, que hasta el día de hoy las recuerdo al pie de la letra, cambiaron radicalmente mi forma de ver el entrenamiento, a partir de ese momento me volví mucho más empático, pues comprendí que la principal causa de que un deportista no rinda en competencia, a pesar de tener los conocimientos técnicos y el nivel para hacerlo, es la falta de preparación psicológica tanto de él, como de sus familiares y cuerpo técnico.
Las enseñanzas del maestro Cuartas tienen mucho sentido, varios años después al encontrarme estudiando el posgrado en psicología del deporte y la actividad física, pude comprenderlas aún mejor, nadie llega a un torneo o partida con deseos de perder, siempre queremos que todo salga bien, bueno con algunas penosas excepciones, de personas que faltando a la ética y al espíritu deportivo, venden sus partidas al mejor postor, pero en fin, ese es otro tema, la mayoría queremos ganar y ojalá de la mejor manera. Por esta razón no tiene ningún sentido maltratar física o psicológicamente a un deportista por un mal resultado competitivo.
Errores comunes cometidos por entrenadores y familiares después de un resultado adverso en competencia
Normalizar la violencia psicológica y hasta física después de un resultado adverso: Algunos deportistas son más fuertes emocionalmente que otros, unos pocos son más tolerantes a los malos tratos que otros y eso no significa que sean mejores que los demás, solo son umbrales de resistencia. Pero pensar en que alguien funciona mejor bajo este tipo de presión es una percepción errónea que hemos validado con los años. Es cierto que muchos han llegado lejos de esta forma, pero es muy posible que en otras condiciones les hubiese ido aún mejor. La otra cara de la moneda es cuantos buenos deportistas que pudieron ser Grandes Maestros prefirieron retirarse del ajedrez para buscar tranquilidad en otras áreas menos estresantes. Esto es realmente un desperdicio del talento, a veces por querer hacer más, terminamos haciendo menos. Y definitivamente “la letra con sangre no entra bien”.
Perder la calma y manifestar desbordadamente la frustración: Sin importar que tan preparados estemos emocionalmente para afrontar las derrotas, estas no dejarán de afectarnos en alguna medida, es importante que aprendamos a manejarlas. Los deportistas no solo sufren por el maltrato físico o psicológico, ellos también perciben el cambio de actitud de la victoria y la derrota por parte de sus familiares o entrenadores. Después de un tiempo comienzan a relacionar los resultados adversos con el sufrimiento de sus seres queridos, lo que puede ocasionarles un miedo extremo a perder. Afectando gravemente su confianza y motivación.
Utilizar la inversión realizada en tiempo o dinero como herramienta de presión: Es muy común que, en un momento de frustración se le digan al deportista frases como: “usted no valora el esfuerzo económico que estamos realizando para que pueda competir” o “Perdimos todo el día en este torneo”. Si realmente queremos a nuestros hijos o deportistas, deberíamos compartir el proceso y sus etapas sin ningún tipo de condiciones. El solo hecho de que estén practicando un deporte con tantos beneficios como el ajedrez, ya es una ganancia para su desarrollo personal. Además, en la mayoría de los casos, no es que el deportista no valore el esfuerzo de sus padres, lo que normalmente ocurre es que todavía no cuenta con la madurez cognitiva y emocional suficiente, que le permita poner en marcha con fluidez todos los recursos técnicos que se le han enseñado. Esto requiere de muchos años de experiencia y entrenamiento sistematizado.
Pensar que, si le hemos ganado a alguien antes le ganaremos toda la vida: la mayoría de los atletas se preparan, todos los torneos son diferentes y cada momento es incomparable. Hay que entender que el rendimiento deportivo es variable y más aún si se trata de deportistas jóvenes, donde cualquier cosa puede pasar, el nivel que se tiene en febrero no es el mismo que el de junio, si gano un lunes puedo perder un martes y al que le he ganado 99 partidas me puede ganar la número 100.
Todos los refuerzos negativos se van acumulando en la mentalidad del deportista, causándole una grave inseguridad que se puede ver reflejada en su estilo de juego. El cual será cada vez más conservador. Escogerá repertorios de apertura más sólidos, difícilmente cruce la mitad del tablero con sus piezas, no arriesgará lo suficiente en las partidas definitivas y la cantidad de tablas sin luchar será cada vez mayor.
Algunas recomendaciones para familiares y entrenadores después de un resultado desfavorable
Brindarle al deportista un espacio de recuperación emocional después del resultado adverso: Debemos entender que en los primeros instantes después de una derrota, el atleta generalmente no está para nadie, termina inmensamente frustrado y solo quiere desahogarse. Por esta razón es común que se sienta atacado por acciones invasivas como reproches, regaños, comentarios sobre la partida y hasta por palabras de consolación o lástima, que pueden ser acciones bienintencionadas, pero para algunas personas podrían volverse irritables en esos momentos de dolor. Todo depende de la personalidad del deportista y la tarea de familiares o entrenadores está en aprender a conocer y respetar sus mecanismos de recuperación, los cuales si se trabajan de buena manera mejorarán con el pasar de los años. Este tiempo de recuperación varía en cada persona, pero por lo general después de una hora, ya el atleta tiene una actitud diferente y estará listo para revisar sus errores. No hay que enojarse con ellos por esos momentos de malas caras recién terminada la partida, realmente la están pasando mal y solo necesitan un momento de tranquilidad.
Manifestar una actitud similar tanto en la victoria como en la derrota: No es nada fácil, pero es importante que el deportista sienta que su entorno reacciona igual sin importar la situación. No se trata de dejar de motivarlo a la disciplina o dejar de poner orden. Pero si de brindarle un buen soporte emocional, de esta forma le quitaremos un peso de encima y seguramente rendirá mucho mejor.
Normalizar los resultados adversos y concentrarse principalmente en los objetivos de proceso: Por mucho nivel que se posea, siempre se perderán una gran cantidad de partidas, hasta el campeón mundial pierde, así que no tiene sentido preocuparse demasiado por ganar o perder, lo importante es crecer deportivamente con cada partida jugada. (leer los artículos de las dos ediciones anteriores de la revista, la objetividad de los resultados de competencia I y ll).
Motivar a la disciplina del trabajo y a la ética: Es importante enseñar al estudiante a encarar las derrotas, a ser éticos y a no culpar a nadie de sus fallas. Debemos abandonar la idea de incitarlos a ser los “más vivos”, hay que educarlos en el respeto y empatía.
Estudiar las teorías de desarrollo físico y psicológico: Si investigamos cómo funciona el cuerpo humano y sus etapas de desarrollo, podemos entender mejor el origen de sus errores en competencia. Los niños no son adultos en miniatura. Ellos van a un ritmo diferente al nuestro. Desde los primeros acercamientos al deporte se les puede inculcar la disciplina, pero no exigir buenos resultados. Hay un tiempo para todo.
Brindarle la importancia necesaria al desarrollo psicológico del deportista: A pesar de que el componente psicológico del rendimiento ajedrecístico es uno de los principales, lastimosamente en la mayoría de los casos no se le presta la atención necesaria. Creemos que con un par de palabras o una charla motivacional es suficiente. Una lesión psicológica requiere de meses y hasta años para su recuperación. Haciendo una analogía con el componente físico es como si a un futbolista con una resiente ruptura de ligamento cruzado de rodilla, le aplicaran paños de agua caliente, lo vendaran y lo pusieran a competir al otro día, lo que obviamente ocasionaría un daño mayor. Básicamente es lo que estamos haciendo con nuestros estudiantes, nosotros mismos nos encargamos de lesionarlos emocionalmente y luego buscamos cuanto torneo aparezca para repetirles la misma dosis.
Recomiendo en la medida de las posibilidades que todos los deportistas tengan acompañamiento permanente por parte de un especialista en el tema y en caso de que esto no sea posible, por lo menos que tanto familiares como entrenadores, se capaciten en estos temas, para que de esta manera, se puedan implementar acciones preventivas y saludables desde la base.