Misha estaba tan mal preparado para la vida… cuando viajaba a un torneo ni siquiera sabía hacerse el equipaje. Una vez fuimos a París, abrí su maleta y allí había toda clase de libros de ajedrez, botellas vacías y ropa sucia. ¿Qué clase de equipaje es ese? No sabía ni encender el gas para cocinar. Si me entraba una jaqueca y no había nadie más alrededor, a él le entraba el pánico: «¿Cómo te preparo una botella de agua caliente?». Y cuando me sentaba al volante, él me miraba como si yo procediera de otro planeta. Naturalmente, si Misha hubiese aplicado algo de esfuerzo, hubiese aprendido todas estas cosas. Pero todo eso le resultaba aburrido. No lo necesitaba. Y era igual de poco práctico con el dinero: cuando viajaba a los torneos soviéticos ni siquiera se acordaba de rellenar las hojas de gastos, así que tenía que pagarlo todo de su bolsillo. […] Mucha gente ha dicho que si Tal hubiera cuidado su salud, que si no hubiera tenido una vida tan disoluta… pero con gente como Tal, la idea de «si no hubiera» resulta sencillamente absurda. Entonces no hubiera sido Tal. No puedo imaginarlo sin un cigarrillo en la boca, ¡se fumaba cinco paquetes durante una partida! Nunca necesitó un encendedor. Se acababa un cigarrillo y con ese encendía el siguiente. Aunque muchas de sus enfermedades eran hereditarias. […] Creo que tenía el alma de un actor. Necesitaba un público. No podía jugar sin público, la gente le inspiraba. Misha era increíblemente artístico por naturaleza. […] Una vez le preguntaron cómo clasificaba el ajedrez, si como deporte o como arte. Y él se mostró sencillamente exasperado: «¿Cómo podéis llamar deporte al ajedrez?». (Sally Landau, exmujer de Mijaíl Tal, en una entrevista para la revista rusa Semanario de ajedrez).
Siempre tuve que mejorar a base trabajo duro. Pero con Mijaíl Tal está el ejemplo de alguien que no tuvo que trabajar en ello. Si Tal hubiera estudiado ajedrez realmente en serio durante finales de los cincuenta y principios de los sesenta, hubiera sido sencillamente imposible jugar contra él. (Mijaíl Botvínnik)
El 26 de marzo de 1960 se congrega una multitud en torno al teatro Pushkin de Moscú: allí se está jugando la final del campeonato mundial de ajedrez, la cual, como de costumbre, enfrenta a dos jugadores procedentes de la URSS. En aquel país, el juego de las sesenta y cuatro casillas es uno de los deportes más populares. Esta vez hay una enorme expectación porque los dos rivales que se enfrentan no pueden ser más diferentes. Uno de ellos es el actual campeón Mijaíl Botvínnik: a sus casi cincuenta años nadie le discute el papel de gran patriarca de la escuela soviética, en la que ha impuesto su visión particular acerca de cómo debe practicarse el ajedrez. El juego de Botvínnik es un juego lógico, matemático, que busca siempre la jugada más correcta, la posición más clara, evitando los movimientos irracionales a toda costa; un ajedrez científico, seco, bien estructurado y cauteloso, en el que las partidas transcurran sin sorpresas ni sobresaltos, donde todo esté bajo control y donde gane quien menos errores cometa. En 1960, el éxito de Botvínnik y algunos de sus compatriotas que practican un estilo similar o inspirado en él, ha convertido este estilo en predominante: si los soviéticos juegan así, es así como habrá que jugar.
Pero al otro lado de la mesa se sienta alguien que nada tiene que ver con estas ideas. Es un joven letón llamado Mijaíl Tal, nacido en la ciudad de Riga, cuyas diabluras sobre el tablero, muy alejadas de la escrupulosa lógica de Botvínnik, están desafiando al poder ajedrecístico establecido. Ahí está, a sus veintitrés años, disputándole la corona al venerado patriarca del ajedrez ruso. Y eso pese a que su breve experiencia como ajedrecista profesional ni mucho menos puede compararse con la del campeón.
Mijaíl Tal se había proclamado campeón de Letonia a los diecisiete años; a los veintiuno ya era campeón absoluto de la URSS, asombrando a propios y extraños con su meteórico progreso. De hecho, aquello obligó a que se le concediese el título de Gran Maestro sin haber pasado por el grado previo, el de Maestro Internacional, y sin tener demasiados torneos en su haber. Gracias a esa victoria en el dificilísimo campeonato soviético pudo participar en el Torneo Interzonal, que aquel mismo año 1958 reunía a lo más granado del ajedrez del planeta, incluyendo la sorprendente presencia de un quinceañero norteamericano llamado Robert James Fischer. Mijaíl Tal ganó aquel torneo con facilidad, mientras que Fischer quedó sexto, convirtiéndose también en Gran Maestro: desde luego, 1958 parecía ser el año de los jóvenes. Ambos se clasificaron para el Torneo de Candidatos, en el que los ocho mejores ajedrecistas del mundo se pelearían por decidir quién tendría la oportunidad de enfrentarse al reinante Botvínnik...