Los relojes mecánicos se usaron por muchísimos años y se convirtieron indispensables en los torneos. Hubo, sin embargo, que definir cuánto era un tiempo razonable para pensar. Se llegó a 2:30 horas para realizar cuarenta jugadas, más una hora extra para las siguientes 16 jugadas.
CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).–Cuenta una popular anécdota que estaba Morphy jugando contra Anderssen y en una posición del medio juego, intrincada, con muchas posibles combinaciones, ambos jugadores se enfrascaron en una larga meditación. De pronto -después de muchas horas de análisis- uno de los jugadores levantó la cabeza y dijo “¿Juego yo?”. Y aunque probablemente la anécdota sea falsa, es obvio que muchas veces los ajedrecistas usan mucho tiempo para decidir sus jugadas y esto hace impráctico el jugar al ajedrez.
Por eso mismo se inventó el reloj de ajedrez, el cual era -antes de los relojes digitales- dos relojes mecánicos con un dispositivo que al presionarlo, se apagaba un reloj y se iniciaba el otro. De esta manera los jugadores pensaban “con su propio tiempo”. Vamos, empezaba la partida y después de hacer la primera jugada, el primer jugador presionaba el botón de su reloj, éste se detenía, y se echaba a andar el segundo reloj. Cuando el jugador de negras contestaba a la jugada, presionaba su reloj, éste se detenía, y volvía a caminar el primer reloj.
Los relojes mecánicos se usaron por muchísimos años y se convirtieron indispensables en los torneos. Hubo, sin embargo, que definir cuánto era un tiempo razonable para pensar. Se llegó a 2:30 horas para realizar cuarenta jugadas, más una hora extra para las siguientes 16 jugadas. Este era de hecho el ritmo del Campeonato Mundial cuando el 1948 Botvinnik se hizo con el título. Y a esto se le llama hoy día “ajedrez clásico”. Sin embargo, este ritmo para discurrir las posibles jugadas era demasiado lento para la mayoría de los torneos, pues una partida podía durar 7 o más horas en algunos casos. De hecho, la partida se suspendía a las 5 horas y se reanudaba otro día. Hoy esto es demasiado impráctico para torneos de fin de semana o de aficionados.
La llegada del reloj electrónico en ajedrez logró no solamente que los dispositivos de medición fuesen más exactos, sino que además, ahora se podían programar incrementos, bonos por cada jugada realizada. Esta idea fue de Bobby Fischer, quien sugería ritmos en donde -después de cada jugada- se le diesen 30 segundos más a quien realizaba la jugada. La idea era no perder por falta de tiempo, aunque al final del día, para no perder y obtener ese bono, había que hacer una jugada y mantenerse con tiempo en el reloj...