En 1918, en medio del caos de la Revolución Bolchevique, un hombre fue arrestado por la Cheka, la temida policía secreta soviética. Su nombre figuraba en una lista de condenados a muerte. El crimen: haber sido asesor jurídico de bancos y aseguradoras, instituciones ahora consideradas enemigas del pueblo. Pero ese hombre no era un burgués cualquiera. Era Ossip Samoilovich Bernstein, uno de los ajedrecistas más brillantes de su tiempo.
Nacido en 1882 en Yítomir, entonces parte del Imperio Ruso, Bernstein creció en una familia judía acomodada que lo envió a estudiar a Alemania. Se graduó en la Escuela Técnica Superior de Hannover y obtuvo su doctorado en Derecho en Leipzig y Berlín en 1906. Ejerció como asesor financiero en Moscú, colaborando con figuras como Igor Kistyakovsky, quien más tarde sería secretario de Estado de la República Popular Ucraniana. Pero su verdadera pasión era el ajedrez. Desde 1902, comenzó a destacar en torneos internacionales, enfrentando a leyendas como Mikhail Chigorin, Akiba Rubinstein, Carl Schlechter y José Raúl Capablanca. En 1911 ganó el Campeonato de Moscú y participó en el prestigioso Torneo de San Sebastián, donde fue eliminado por Capablanca en la primera ronda. A pesar de ello, se mantuvo entre los diez mejores jugadores del mundo entre 1903 y 1914.
Tras su arresto en Ucrania, Bernstein fue llevado ante un oficial bolchevique que, al leer su nombre, lo reconoció como el famoso ajedrecista. Intrigado, el oficial le ofreció una oportunidad única: si podía vencerlo en una partida de ajedrez, demostraría que era realmente Ossip Bernstein y se le perdonaría la vida. Si perdía, sería ejecutado. Bernstein aceptó. Frente a los soldados, en un ambiente cargado de tensión, desplegó su genio sobre el tablero. Jugó con precisión quirúrgica, como si cada movimiento fuera una súplica silenciosa por su vida. Ganó. Y con esa victoria, recuperó su libertad.
Después del episodio, Bernstein huyó a París, donde reconstruyó su carrera como abogado. Durante la ocupación nazi, volvió a escapar, esta vez a España. Tras la Segunda Guerra Mundial, regresó a Francia y siguió vinculado al ajedrez hasta su muerte en 1962 en Saint-Arroman. Fue galardonado con el título de Gran Maestro Internacional en 1950, cuando la FIDE lo otorgó por primera vez. Participó en torneos de alto nivel hasta avanzada edad, incluyendo el Torneo de Zúrich de 1953, donde enfrentó a futuras leyendas como Vasili Smyslov y David Bronstein.
Su estilo era elegante, estratégico y profundamente humano. Más allá de sus partidas, su historia se convirtió en leyenda: el hombre que se jugó la vida en una partida de ajedrez… y ganó.
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