Un intrincado drama psicológico que exige la paciencia y la atención del público. Fredrik Sahlin ha visto una adaptación cinematográfica cargada de ansiedad de un relato firmado por el autor austriaco del siglo XX Stefan Zweig.
El escritor austriaco Stefan Zweig fue uno de los creadores culturales de mayor peso, sobre todo en la primera mitad del siglo XX, pero parece que nunca pasa de moda, ya que sus obras han inspirado innumerables películas (entre ellas "El gran hotel Budapest", de Wes Anderson). Zweig se mantuvo al día con los grandes nombres de su tiempo, entre ellos Sigmund Freud, de cuyas teorías psicoanalíticas era un firme defensor. Lo cual tiene mucho sentido cuando ves "Ajedrez".
Como intelectual judío, Zweig tuvo que huir de su patria cuando el nazismo empezó a arraigar, pero en el relato corto que constituye la base de esta angustiosa película, permite al protagonista permanecer en Viena mientras los tanques avanzan.
El acaudalado Dr. Joseph Bartok vive la vida de las pulgas, deslizándose por el baile con un bigote de Clark Gable y una confianza excesiva. El nazismo ha empezado a asomar su fea cabeza, pero la jet-set de Viena ha perdido el contacto con la realidad, sintiéndose segura en su Olimpo.
"Y si Hitler realmente invade, el mundo exterior vendrá al rescate", argumenta Bartok, dando así a la película una aguda actualidad ucraniana.
Pero como sabemos, al mundo exterior no le importa, y Bartok es uno de los primeros en ser capturado por la Gestapo durante la invasión de 1938. Los nazis quieren la riqueza a la que tiene acceso como abogado de la élite. Está aislado en una habitación de uno de los mejores hoteles de la ciudad, que la Gestapo ha convertido en un cuartel general improvisado. Se sienta, se acuesta, se arrastra en un estado de degradación cada vez mayor.
Este sufrimiento de Bartok se representa en flashbacks, en el presente cinematográfico se encuentra en un vapor del Atlántico que le llevará a la libertad en Estados Unidos.
Desmembrado, silencioso y tembloroso, recorre la cubierta en busca de su mujer, que también ha conseguido subir a bordo.
Cualquiera que vea "Ajedrez" con la esperanza de experimentar un montón de partidas emocionantes a la manera de "El gambito de la reina" se cansará rápidamente. Claro que hay algunas partidas de ajedrez, pero sobre todo como metáfora de la psique de Bartok, de sus intentos por mantener su cerebro en marcha en una existencia mentalmente desquiciada. Da forma a las piezas de ajedrez con pan duro y saliva, juega en el suelo ajedrezado del retrete, adquiere una habilidad que le resulta útil cuando, más tarde, en el barco, conoce a un misterioso maestro de ajedrez apadrinado por un tonto disfrazado -interpretado, sorprendentemente, por Rolf Lassgård-.
Tiene sus limitaciones dramáticas, por supuesto, ver, en demasiadas escenas interminables, a un hombre que se retuerce en el suelo de la toga frente a un tablero de ajedrez casero, pero hacia el final, a medida que se empiezan a intuir los altibajos de esta excursión errante por un interior enmarañado, la película crece y recompensa al paciente que ha seguido las pistas trazadas.
Vale, no es un giro final a la altura de los de "Shutter Island" o "El planeta de los simios", pero al menos lo suficiente como para que pagues el tiempo invertido.