<<Iba por ahí, con las manos metidas en los bolsillos rotos; hasta tal punto mi
gabán se volvía ideal…>> Arthur Rimbaud
“¿A vos te gusta el tango”? Me soltó un día así de buenas a primeras el maestro Oscar, saliendo del club de ajedrez Las Vegas en Bogotá. Yo, joven estudiante de ingeniería de universidad pública por aquella época y cuyos gustos musicales solo se movían entre en el rock en español y el blues solo atiné a responder:-Esteeee.. no sé… ¿por qué?
-Conozco un sitio en La Candelaria. Hoy quiero escuchar unos tangos y tomarme un par de tragos.
-Bueno, vamos.
-Vos tenés guita? Oscar, recién llegado de Argentina, se expresaba en una enajenado acento, mezcla entre paisa y porteñoargentino.
-Plata? Sí, tengo algo.
Comenzamos a ascender por las empedradas calles del colonial barrio de La Candelaria. Oscar, con su andar cansino y parsimonioso, daba la impresión de haber vivido por allí toda una vida. “Este barrio me recuerda mucho a Andorra la Vieja”, me dijo. “Hay dos Andorras, Andorra la Vieja y Andorra la Nueva. Me gustaba mucho caminar por las calles de la ciudad vieja. ¡Qué ciudad bella!” Hedonista como el que más, Oscar siempre andaba buscando muestras de belleza en todo; no solo en el tablero de ajedrez donde lo que más lee interesaba era crear bonitas obras, sino que también la buscaba en todas las demás manifestaciones del arte: en la literatura, en la música, en la arquitectura y obvio, en el tango! Marielita, la dueña del “Viejo Almacén” como así se llamaba y aún se llama el sitio de tangos, quería a Oscar como a un hijo.
-Te sirvo lo de siempre Osquitar
-Sí, lo de siempre mi hermosa dama.
Oscar se transformaba con el tango. El “sentimiento triste que se baila” como lo definió Enrique Santos Discépolo (uno de los sus máximos exponentes del tango), evocaba en él
añoranzas de su infancia y juventud en Medellín y de su estancia en Buenos Aires. A voz en cuello y ya con varias copas en la cabeza, Oscar entonaba las notas de nostálgicos tangos que emanaban de los viejos vinilos que giraban en el viejo tornamesa del “Viejo Almacén”. Ya bien entrada la noche, el maestro Castro se transformaba en bardo declamador y comenzaba a recitar poemas de memoria. En aquella ocasión, el turno fue para León de Greiff y con su gruesa voz Castro recitaba:
Toda aquésa gentuza verborrágica
-trujamanes de feria, gansos del capitolio,
engibacaires, abderitanos, macuqueros,
casta inferior elocuenciada de impotencia-,
toda aquésa gentuza verborrágica
me causa hastío bascas me suscita,
gelasmo me ocasiona:
mejores aires,
-busca, busca el espíritu mejores aires-
Y yo -Gaspar- me voy con el morral de mis caprichos,
todo derecho, lógicamente, hacia el absurdo,
dejando de lado, dejando de lado ruidos inanes de ventolina.
Y ésa gentuza fonje, y ésa xarra gentuza nada me importa...
En las nebulosas de mi memoria quedó perdido cómo salimos de allí, solo sé que ese día Oscar dejó traslucir una faceta nueva que no conocía de su existencia.
La ciudad de Medellín vio nacer a Oscar Castro el 8 de Abril de 1953. Tal como me cuenta el ingeniero manizalita Santiago Arango (con quien sostuve varias charlas acerca de su amistad con Oscar y quien a propósito escribió junto con su hermano un exquisito libro llamado “Oscar Castro, el Jugador”), Oscar creció en el tradicional barrio de Aranjuez de la capital paisa y cuando tenía seis años fue enviado por su madre a una finca en el campo propiedad de un señor muy rico de la época. Allí tuvo que laborar como un campesino más y de su estancia allí en esa finca, fue donde nació su amor por la naturaleza, el agua, los árboles. Estuvo allí unos tres años, luego de lo cual cuando volvió a Medellín de nuevo al
viejo barrio de Aranjuez para iniciar sus labores académicas. Desde el comienzo fue un niño muy inteligente y con un apetito voraz por la lectura. Volumenes y tomos de literatura y poesía pasaban por sus manos y Castro los devoraba en sus asiduas visitas a la Biblioteca Publica Piloto de Medellín.
Cuenta Santiago Arango, que Oscar le mencionó que a pesar que no tuvo una relación muy cercana con su padre, lo recordaba con cariño. Su padre tenía mucha afinidad con el alcohol y, como consecuencia de eso, tuvo una caída muy fuerte desde el punto de vista material, monetario y anímico. Su vida se desmoronó. . Su madre tuvo entonces que comenzar a laborar en oficios varios para poder sostener el hogar, hasta cuando ocurrió un hecho trágico y doloroso: doña María Adelfa, como así se llamaba, su madre falleció en un accidente cuando el bus donde se dirigía al trabajo se incendió y ella murió muere quemada. Por entonces, Oscar ya de vuelta en Medellín, ingres a cursar sus estudios primarios en la escuela Carlos E. Restrepo. Allí cursa hasta cuarto elemental y, como era un alumno aventajado y aplicado, el rector de la escuela lo ayuda para que ingrese al colegio Alzate Avendaño, sin haber cursado el grado 5º de primaria. Estando allí, cuenta Oscar a Santiago, fue donde aprendió a jugar ajedrez y, como suele ocurrir, quedó atrapado por la diosa Caissa, porque le comenzó una pasión loca por el ajedrez. Le gustaba ir a apostar a una prendería por Guayaquil y allí un señor de apellido Castrillón, hermano de Tirso un reconocido ajedrecista, de lo invita a la Liga de Ajedrez de Antioquia.
Por el año 69, ya Castro contaba con 16 años y edad y había hecho significativos progresos en el ajedrez. había progresado notablemente y iba a jugar con frecuencia al Club Maracaibo y gana ese año el campeonato Juvenil de Antioquia, lo que le da el derecho de jugar en Tunja la final del campeonato Nacional Juvenil. Boris de Greiff lo ayuda con su traslado de Bogotá a la capital boyacense y Oscar gana el torneo. Como campeón nacional juvenil va en representación de Colombia a jugar el campeonato mundial juvenil en Estocolmo, Suecia. Allí Castro tuvo una actuación sobresaliente, teniendo en cuenta que era su primera salida internacional y enfrentando a lo más grande de lo mejor del ajedrez juvenil a nivel mundial., terminando en la posición 12. Incluso se enfrentó allí al
futuro campeón mundial, Anatoly Karpov, desafiándolo incluso con un gambito de Rey!
Por el año 70, Oscar ya estaba totalmente entregado al ajedrez y ya no iba asistía a la Biblioteca Publica Piloto a leer literatura sino a estudiar localmente ajedrez, por lo que descuidó sus estudios en el Alzate Avendaño. Cuenta Oscar en sus charlas con Santiago Arango, que para entonces era uno de los peores alumnos del grupo y, a pesar de eso, se presentó a la Universidad de Antioquia (sin siquiera haberse graduado del colegio) a la carrera de matemáticas. Curiosamente fue admitido por su buen puntaje en el examen de admisión. Ya para el año 71 Oscar era el monitor de ajedrez de la universidad, pero solo alcanzó a estudiar dos semestres de matemáticas, porque por ese entonces cerraban mucho la universidad debido a las huelgas y paros. Eso aburrió a Oscar por lo que decidió irse para Europa, donde comenzaría su exitosa carrera en el ajedrez, periplo que retomaremos más adelante. La primera vez que vi a Oscar Castro fue durante unas simultaneas que ofreció en la facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional. Yo conocía de
él por sus partidas contra Petrosian y Geller que prácticamente todo ajedrecista había estudiado alguna vez, pero más allá de eso, no conocía mucho más. Recuerdo su figura
ensimismada; a primera vista me pareció un individuo muy taciturno y callado. Su mirada siempre dirigida hacia el infinito, como en eterna búsqueda de algo. De hecho, parecía
que no miraba las cosas, sino “a través” de las cosas. Me senté a jugar con él y luego que terminó conmigo, me dijo:
“No te vayas, quedáte un minuto, que quiero hablar con vos”. Yo, para entonces, era ya muy aficionado a los libros y tenía sobre la mesa, al lado del tablero, un ejemplar de “Los Siete Locos”, novela del escritor argentino Roberto Arlt, a quien yo había comenzado a leer por entonces. Arlt era un escritor porteño de comienzos del siglo XX, especialista en retratar personajes excéntricos en paisajes sombríos y descuidados. Le encantaba plasmar una estética de la locura en sus obras. Su personaje principal, Erdosain, era fiel muestra de ello. Por las miradas de soslayo que Óscar dirigía al libro mientras jugada, sospeché que esa era la razón por la que quería hablar conmigo. Cuando terminó con el último contrincante, se dirigió a mi lugar, donde yo lo esperaba.
-¿Dónde conseguiste ese libro?, me pregunta.
-En una librería de segunda en el centro.
-¿Y por qué estás leyendo a Roberto Arlt? No creía que lo conocían poracá, dice.
-Leí una reseña sobre él y me gustóy conseguí este libro muy barato.
No me dijo nada más. Se despidió y se fue. Meses después, cuando ya lo conocía mejor e, incluso, ya habíamos ido a escuchar tangos al Viejo Almacén, comprendí el por qué su cuestionamiento por el libro. Y es que Erdosain era él! Mejor dicho, era como si Arlt hubiera viajado al futuro y se hubiera inspirado en Oscar para crear ese personaje. Un personaje viviendo la vida a contramano, con locura. “Hay método en mi locura”, se definía Oscar a si mismo. Erdosain y Oscar; Oscar y Erdosain. Dos caras de la misma moneda, viviendo entre el caos y en la sombra. Entre la desesperanza y la angustia: “Personajes que manchan sus vidas con sus estampas agobiadas por todos los vicios y sufrimientos”. Fue después cuando supe que Oscar no pertenecía a este mundo. Era un personaje definitivamente especial.
Martin Mauricio Martínez es un joven ajedrecista del Meta, Maestro Internacional, quien siempre ha hecho gala de un singular talento para el juego audaz y atrevido. Supe que fue
muy amigo de Oscar, por eso quise hablar con él para conocer de primera mano su testimonio de su relación con el maestro antioqueño:
“Conocí a Oscar en el año 2005, cuando yo tenía 10 años”, así comienza su relato Martín. En ese entonces yo solía viajar a Bogotá con mi papá para jugar los torneos que se hacían allá y, especialmente, unos torneos de blitz y masnou que se realizaban en el Club Lasker, en el centro de Bogotá. En uno de esos torneos estaba presente Oscar y a él
le gustó mucho mi estilo de juego. A pesar de mi corta edad y que era muy empírico, ya tenía una marcada predilección por la táctica y no escatimaba esfuerzos para sacrificar
piezas en aras de cazar al rey contrario. Lo que me interesaba era dar mate. Eso le llamó mucho la atención a Oscar y ese día salimos a caminar por la carrera séptima. A mí
siempre me ha gustado mucho la lectura y los libros y Castro me regaló ese día el libro “El Arte de la Guerra” de Sun Tzu. Me encantó demasiado la charla de ese día, porque
hablamos mucho de estrategia y me dijo que ese libro, me ayudaría a entender de una manera diferente, la lucha que se escenificaba en el tablero de ajedrez. Que si aplicaba en el ajedrez lo que decía Sun Tzu en su libro, podía lograr la maestría en el tablero. Obviamente, combinado esto con mucho trabajo y dedicación. Ese día nació una relación
de amistad entre los dos. En ocasiones me llamaba y me decía: “estoy disponible” y entonces venía a Villavicencio y estudiábamos. Oscar tenía un conocimiento enorme de los clásicos: Steinitz, Capablanca, Lasker. Se podría decir que Castro tenía un “toque” especial con ellos, pues los comprendía a la perfección. Adicionalmente, con él también comencé en ese momento a entender una fase del juego a la cual yo no había prestado suficiente atención y es el Final.
A los 15 años yo tenía un Elo de 2150 y es cuando Oscar me llama un día y me dice: “Ya es momento de que seas Maestro Internacional”.En ese momento yo tenía el apoyo de algunos políticos del Meta por ser uno de los deportistas más destacados del departamento y logro conseguir un apoyo para Oscar con un salario mensual. Oscar se viene a vivir a Villavicencio y alquila una casa muy grande solo para él. Comenzamos a entrenar muy juiciosos. El llegaba a las 7:30 AM. Yo vivía con una tía y ella le daba el desayuno. Las sesiones iban de 8 a 12:30 y a esa hora parábamos para el almuerzo y luego retomábamos de 2:30 a 6:00 pm. Fueron seis meses de entrenamiento intenso. Recuerdo que
estudiamos todo el match por el campeonato del mundo de 1927 entre Capablanca y Alekhine.
Fue el match completo. Una partida diaria donde mirábamos, repasábamos las variantes, las aperturas, el medio juego, el final, todo! Lo hacíamos sin módulo, intentando encontrarle el sentido a cada jugada. A Oscar le gustaba mover las piezas sobre el tablero. No calculaba mentalmente sino que iba moviendo las piezas y esto le causaba a el una satisfacción indescriptible. Le gustaba sentir las piezas, acariciarlas.
Yo siento que Oscar trataba siempre de encontrarle un sentido más que ajedrecístico a cada jugada. Para él, cada jugada tenía casi que un sentido filosófico. Más que el “para
qué” a Oscar le interesaba saber el “por qué” de una jugada. Hacía prácticamente una disertación filosófica del por qué una pieza se movía precisamente a una casilla en particular. En ocasiones, después de una jornada ardua de entrenamiento, yo le decía: Oscar, descansemos, ya no doy mas. Entonces con un tono muy serio me decía: “Así no vas a llegar a GM!” Muchas veces continuábamos la jornada en la noche, jugando blitz en el Club de Ajedrez.
Una vez me contó que Korchnoi se sentó toda una noche a analizar con él. Que el terrible Viktor haya hecho eso, es una muestra clara del respeto que le tenía a Oscar como ajedrecista.
Un buen día Oscar me dice: “No aguanto más en Villavicencio. Ya me quiero ir”. Y se fue. Ahora después de todo este tiempo, siento que definitivamente Oscar fue la persona
que le dio sentido a mi ajedrez. El fue quien me encauzó y sin su ayuda y mentoría yo no hubiera logrado lo que logré en el ajedrez. Después que termine mi entrenamiento con el,
sentía que el ajedrez me fluía y logré mi título de Maestro Internacional gracias a eso. Luego nos veíamos de vez en cuando en los torneos e, incluso, me propuso estudiar un año más para que fuera GM. De hecho, alcancé a hacer gestiones para que se trasladara nuevamente a Villavicencio, pero estando en eso me sorprendió la noticia de su muerte. Fue algo que me entristeció mucho. Mirando las cosas en retrospectiva, creo que Oscar halló en el ajedrez una justificación para la vida, porque siento que más allá de eso, él no le encontraba mucho sentido a vivir.”
(Continuará…..)