Cuentos jaques y leyendas
Tigran Petrosian, hijo de un conserje analfabeto, se convirtió en el mejor jugador defensivo de todos los tiempos. Su relato de vida es una historia de superación irrepetible.
El pintor y escultor Nikolái Nikoghosyan, Medalla de Oro de la Academia Rusa de las Artes, esculpió el busto de algunos de los más grandes campeones soviéticos de ajedrez. Al parecer, Nikoghosyan no volcó su talento en el tablero, pero sí fraguó amistad con Botvinnik, Taimanov o Smyslov, entre otros. Una tarde, Nikoghosyan jugaba al backgammon con Tigran Petrosian, un tipo con el que, sin saberlo, estaba conectado.
Ambos tenían ascendencia armenia y orígenes humildes. Nikoghosyan, hijo de un granjero, se erigió en un tótem de la vanguardia cultural de la Unión Soviética. Petrosian, el tercer hijo de un conserje analfabeto de la Casa de Oficiales de Tiflis, se convirtió en el noveno campeón del mundo de la historia del ajedrez. Tras lograr la corona, Tigran visitó el estudio de Nikoghosyan para inmortalizar su gloria en arcilla y poder ser invocado como el rey de reyes. «Tigran», en honor al rey Tigranes que combatió a los romanos años antes de Cristo.
El caso es que allí estaban Nikoghosyan y Petrosian frente a las fichas negras y rojas del backgammon, hasta que el artista, experto en ese tipo de batallas, venció sin esfuerzo. «Backgammon no es ajedrez», exclamó Nikolái como el personaje burlón de una mojiganga. «Aquí tienes que pensar».
La anécdota del backgammon nos acerca al sentido causal de una de las grandes reflexiones que Tigran Petrosian repetía una y otra vez: «Estoy profundamente convencido de que no hay nada accidental en el ajedrez». Solo así podemos explicar su estilo de juego y comprender por qué Petrosian es recordado como el ajedrecista más precavido de todos los tiempos. Bobby Fischer habló sobre este rasgo ultradefensivo: «Petrosian tiene la habilidad de ver y eliminar el peligro veinte jugadas antes de que surja». Y el propio Tigran lo explicó sin complejos: «Algunos consideran que soy excesivamente cauto, pero me parece que la cuestión es otra: trato de evitar el azar. Los que confían en el azar deberían jugar a las cartas o a la ruleta».
En sus inicios, Tigran leyó 'La práctica de mi sistema', de Nimzovich, una lectura que, junto a los postulados de Capablanca, cinceló su mirada estratégica. Petrosian, no obstante, siempre receló del criterio de los maestros: «Seguir las recomendaciones de los teóricos de ajedrez es peligroso»...