El peso del tiempo' de Lutz Seiler evoca la niñez en la antigua Alemania del Este.
'El peso del tiempo'
Lutz Seiler. Club Editor, 2022. Traducción de Joan Ferrarons. 160 páginas. 16,50 euros
Descifrar de dónde nace lo que somos –y lo que tenemos delante– exige una lucha constante. En la escuela, en el instituto y en el primer amor, los relatos de Lutz Seiler en El peso del tiempo (Club Editor) evocan un mundo extinguido, vestigial, de la antigua Alemania del Este, en una provincia nublada por el humo de las minas. El narrador busca la significación y trascendencia de los pequeños hechos que visita desde la memoria, los indicios que le permitan descubrir cuando su vida empezó a separarse de lo común.
El primer relato, El beso en la capucha , sigue un día de escuela de un chiquillo "espantamente desorientado", que apenas recuperado de una lesión que le marca la cabeza con una cicatriz, "ve más de lo que hay" . El chaval llega demasiado temprano a la escuela todos los días, y espera solo, acurrucado entre arbustos o encaramado a un nogal para que no lo tomen por tonto. Además de las clases, como lo pierde todo, escribe descripciones en pequeños pedazos de papel y baja al sótano a recitar el aspecto de las pérdidas frente a un bedel jorobado que se sienta en una trona hecha de decenas de objetos perdidos. La elegía del chaval emociona discretamente al jorobado, que le hace bajar cada día sólo para sentirlo, como un poeta de lo que no está.
El segundo relato gira en torno al ajedrez, que hace de motivo recurrente en la relación silenciosa de un niño con un padre distante, con quien de día trabaja en un terreno en el valle del Schnauder y, de noche, dentro de una pequeña cabaña, juega en un tablero portátil. Un buen día el niño le gana, y ya no vuelven a jugar más. No sabemos si es orgullo herido o que el padre entiende que esa etapa sencillamente ha terminado, pero el niño añora esa intimidad. El ajedrez es también el eje temático del tercer relato, Gavroche, nombre de una pequeña, enigmática campeona de la que el joven protagonista se enamora aunque siempre, siempre negó a jugar alegando que ha dejado de entender el juego. Sospechamos una conexión entre esta historia y la anterior, detectando la misma línea simbólica de fractura, alrededor de un tablero, entre el yo y los demás.
El destino, un proceso implacable
¿Las tripulaciones a la deriva son un motivo recurrente en la obra de Seiler, que es, fundamentalmente, un poeta? Tras leer Kruso , la novela que hace pocos años extendió su reputación literaria, donde un puñado de disidentes de la RDA trataban de huir desde un hotel-barco conducido por el balzaquiano Kruso en una pequeña isla, la tentación de buscar náufragos de procesos colectivos y de identificar este leitmotiv de la tripulación abandonada en estos relatos –que son, de hecho anteriores– es muy grande, y sospecho que acertada.
Si la función del crítico es desvelar, o buscar siquiera, que hay debajo del texto, qué planta el autor, aquí cabe decir que Lutz Seiler se pregunta sobre qué espacio de construcción tiene el individuo en un entorno opresivo, cuyas claves son un misterio, sobre todo cuando topamos con cuestiones como la emergencia perturbadora de la muerte, el desdén paterno o la arbitrariedad del amor. Y tomamos conciencia de que el destino es un proceso implacable de desintegración del hombre que, de repente, se siente extraño en su vida. En palabras de Heinrich Heine, estamos bailando sobre un volcán, pero –¡venga!– bailamos.