En el ajedrez, como en la historia, hay momentos en que el silencio es cómplice. En 1932, Rudolf Spielmann rompió ese silencio. No lo hizo con una combinación brillante ni con un sacrificio espectacular, sino con una carta. Una carta abierta, dirigida al campeón mundial Alexander Alekhine, que aún hoy resuena como un acto de conciencia en un tablero dominado por la política, la exclusión y el poder.
Rudolf Spielmann (1883–1942) fue uno de los últimos grandes románticos del ajedrez. Nacido en Viena en una familia judía, su estilo se caracterizó por el ataque audaz y el sacrificio creativo. Ganó más de treinta torneos internacionales y venció a campeones como Capablanca, Alekhine y Euwe. Su libro The Art of Sacrifice in Chess es considerado un clásico. Pero su vida fue más trágica que gloriosa. Combatió en la Primera Guerra Mundial, fue perseguido por el nazismo y murió en el exilio en Estocolmo, empobrecido y olvidado. En una carta escrita desde Suecia, suplicaba ayuda para encontrar trabajo en el mundo del ajedrez. Su lápida en Estocolmo lleva una inscripción que resume su destino: “Fugitivo sin descanso, golpeado duramente por el destino.”
Alexander Alekhine (1892–1946), nacido en Moscú en una familia aristocrática, fue el cuarto campeón mundial de ajedrez. Su estilo combinaba una agresividad táctica feroz con una comprensión posicional profunda. Fue campeón del mundo en dos periodos (1927–1935 y 1937–1946) y es recordado como uno de los más grandes jugadores de todos los tiempos. Pero su figura también está rodeada de controversia. Tras derrotar a Capablanca en 1927, se negó sistemáticamente a concederle la revancha. Impuso condiciones económicas restrictivas que excluyeron al cubano de torneos como San Remo 1930, Bled 1931, Londres 1932 y Berna 1932. Según algunos análisis jurídicos y testimonios contemporáneos, Alekhine incluso habría presionado a organizadores para evitar la presencia de sus rivales más peligrosos, lo que motivó la célebre carta de Spielmann.
“Yo acuso” – Carta abierta de Rudolf Spielmann originalmente publicada en 1932 en la revista austriaca Wiener Schachzeitung.
Ilustre CAMPEÓN DEL MUNDO, Dr. Alekhine:
Usted se sorprenderá mucho, señor CAMPEÓN DEL MUNDO, de mi descaro, que no tiene moderación ni ante las gradas de su trono. Sin embargo, “YO ACUSO”.
Naturalmente que no a su juego genial, por el cual, como entusiasta del ajedrez, estoy altamente maravillado. No. Mi acusación no se refiere al CAMPEÓN DEL MUNDO doctor Alekhine, sino al colega docto; Alekhine. Porque, no obstante sus manifiestos prodigios ajedrecísticos, nosotros somos todavía sus colegas de profesión, de los cuales, al fin y al cabo, hasta usted tiene necesidad para sus proezas inmortales.
Un proverbio dice: “LA RIQUEZA ES UN CUCHILLO PRECIOSO, PERO QUE ES NECESARIO USARLO PARA CORTAR PAN Y NO PARA HERIR”. Sus antecesores: Steinitz, Lasker, Capablanca, han tenido fe en este proverbio y han solicitado en los “Torneos Magistrales” las mejores condiciones generales para todos.
Usted no querrá ofenderse si yo examino con qué fines usted ha usado sus cortantes armas de CAMPEÓN DEL MUNDO. Trate de comprender que en mí no habla la envidia. Yo sería el último en oponerme a su derecho, conquistado con fatiga. En todos, las colaboraciones más elevadas son recompensadas de un modo particular: ¿Por qué no debe ser así también en ajedrez?
Usted, sin embargo, tanto en San Remo en 1930, como en Bled en 1931, además del honorario extraordinario, ha impuesto condiciones especiales y con esto ha eliminado “prácticamente” a Capablanca de estos torneos.
Naturalmente, usted no lo ha eliminado directamente, pero ha escogido un procedimiento mucho más oculto, que no cambia con esto en nada la esencia de las cosas; procedimiento que yo, como experto, quiero examinar. ¿Debe Capablanca expiar, así, tan duramente, su victoria de Nueva York, 1927?
Pero olvidemos el pasado, ya sepulto, y ocupémonos mejor de su colega Nimzowitsch, que debería ser, después de usted y Capablanca, el maestro más cotizado de la actualidad. ¿No parece extraño el hecho de que él no haya obtenido una invitación para el Torneo de Londres, ni para ahora el de Berna?
Por lo menos habría sido fácil para usted establecer las condiciones para su invitación.
Como laureado en leyes, le será ciertamente conocido el “dolus eventualis”.
No basta. Hasta yo, pobre ajedrecista, parece que me he transformado en un concurrente “indeseable”. No de otro modo se puede explicar mi brusco alejamiento de Berna, ya que desde hace dos meses he dejado de recibir, regularmente, las invitaciones, y éstas eran de un modo no del todo espontáneo.
El Comité de Berna decidió, evidentemente después de su tardía adhesión, que un maestro internacional se convirtiera en “supernumerario”.
MIS PARABIENES POR su EXTRAORDINARIA INFLUENCIA. ¿Qué potencia del mundo, fuera de la del CAMPEÓN DEL MUNDO, hubiera podido impedir a la Federación Suiza de Ajedrez, el invitar siete, en vez de seis maestros internacionales?
El equipo suizo habría estado fuertemente representado con nueve hombres, lo que habría sido suficiente, para su representación.
Así que, mi querido CAMPEÓN DEL MUNDO, evite en lo sucesivo a sus adversarios, que así podrá obtener todavía grandes triunfos, debido a la DESVALORIZACIÓN DEL MUNDO AJEDRECÍSTICO; deponga, por lo tanto, el bastón de mando, de lo contrario deberé repetirle la palabra bíblica del profeta Oseas, referida por San Marcos: “QUIEN SIEMBRA VIENTOS, COSECHA TEMPESTADES”.
La medida está colmada. De una a otra parte del océano, álzanse engrosando, airadas voces de protesta contra la DICTADURA DEL CAMPEÓN DEL MUNDO.
Rudolf Spielmann
Spielmann murió en el exilio, pero su carta sobrevivió. Alekhine, en cambio, murió con el título aún en sus manos, en una habitación de hotel en Estoril, lejos del tablero y de los escenarios que lo consagraron. Ambos dejaron huellas imborrables, pero en registros distintos: uno en la ética, el otro en la técnica. La historia no los enfrenta por sus partidas, sino por la forma en que entendieron el poder.
Como Zola en su célebre “J’accuse” de 1898, Spielmann no escribió para complacer, sino para incomodar. Su carta no fue solo una denuncia, sino una advertencia: cuando el talento se convierte en privilegio y el mérito se subordina al control, el juego pierde su alma. No buscaba cambiar el mundo, pero dejó constancia de que, incluso en el ajedrez, hay momentos en que callar es traicionar.
Referencias
Fernández, T., & Tamaro, E. (2004). Biografía de Alexander Alekhine. Biografías y Vidas. https://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/alekhine.htm
Franco, Z. (2013). Nota 467: Partidas memorables. TablaDeFlandes.com. https://www.tabladeflandes.com/zenon2006/zenon_467.html
Keene, R. (2023, July 1). Rudolf Spielmann: Chess hero and Nazi victim. TheArticle. https://www.thearticle.com/rudolf-spielmann-chess-hero-and-nazi-victim
Ruiz Rescalvo, J. (1999/2025). El derecho que le asiste a Shirov. Gambito: Revista de Ajedrez, (35), 40–42.
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